Yo sé que hay vida más allá de tus ojos,
lo he comprobado.
Sé también que hay vida más allá de nuestro encuentro;
de este tocarnos para soltarnos
y revivir con cada nueva nostalgia
en un vuelo al vacío y sin alas.
Tal vez volamos para aterrizar en este lugar caliente
que tanto nos gusta.
Allí me oculto entre tus labios
y apenas puedo percibir aquel destello
para no eclipsarme y saber dónde estoy.
Callada, sólo murmurando, te quiero:
unas veces con miedo, otras con compasión;
ligeramente indiferente y a veces hasta fingiendo,
si es necesario;
porque no existe nada ni nadie que pueda como tú,
amalgamarse con la ausencia hasta rodar
y dar al mismísimo fondo de mi corazón...
Puedes suponer, tal vez
que escribir es un plan mío,
una estrategia ya usada anteriormente,
donde yo echo de menos no encontrarme
y tu has dejado de buscarte por si me hallas.
Puedes concluir también
que escribo porque no puedo tocarte
y tú no quieres tocarme
para que siga escribiendo.
Puedes creer -y estás en todo tu derecho-
de que me estoy dispidiendo.
Pero a veces la verdad es mucho más sencilla,
y a pesar de las cosas que me rodean,
de este ir y venir de personas desconocidas,
de un trago aquí,
de una sonrisa allá,
de la felicidad de mis domingos,
o de esas gentes que no saben ni que existes,
tú sigues siendo todavía el único modo que conozco de no sentirme sola...