miércoles, 14 de noviembre de 2012

Un triste espectáculo en el centro.


Una mujer pobremente vestida estaba sentada en el suelo contra la pared de un edificio como si se hubiera caído o desmayado, y a su lado, en silencio, un niño aproximadamente de tres años levantaba los ojos angustiados a los que pasaban por allí, mientras lloriqueaba.

-No se acerque usted, no haga caso (me dice una señora al advertir que me detenía). Es un truco que tiene la gente ésta. Todos los días se desmaya alguno en las calles del centro. Si en este nuevo mundo los lisiados, o los enfermos, o los indigentes, o los sin techo quieren comer de los containers de basura e instalar unos trapos cerca del metro para dormir allí, que lo hagan: que se acurruquen bien, y si a la mañana se despiertan muertos, mejor para nosotros. Son parasitos y nada más. Viven de nosotros.

La mujer “desmayada” levantó sus parpados agresivamente y sus ojos se llenaron de ira.

-Hijadeputa (murmuró como rezando)..., la señora se fue a pasos vivos -casi corriendo-, asustada, y me dejó sola con aquella pordiosera. Yo la ayudé a levantarse. Ella agarró a su niño sin mirarme ni darme las gracias y se fue.

Cada vez que paso por las calles del centro ella me mira con esa luna que no se me quita de encima. Siempre me observa y me pide monedas diciéndome que tiene hambre.

Tienen hambre.



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